
Una de las costumbres que con mayor facilidad nos retratan y que más facetas muestran, son las fiestas mexicanas. Poliedros son nuestras celebraciones populares con caras alegres y con caras trascendentes o espirituales, con pragmáticas caras comerciales y con otras más, incluso de exceso y de drama. Fenómeno eminentemente social de antiquísimas raíces, las fiestas mexicanas reflejan y representan el mestizaje, pues los indígenas y los españoles no sólo mezclaron sus genes, sus comidas y sus lenguas, sino sus religiones, y de la mano de ellas están las fiestas. El dios de la lluvia Tláloc o el santo patrono de los viajeros San Cristóbal, la diosa de la tierra Coatlicue o el santo especialista en casos difíciles San Judas Tadeo, el dios de los ancianos Huehuetéotl y todo el panteón prehispánico e hispano encontró equivalencias, y a veces hasta similitudes, en el otro mundo confrontado a partir del Encuentro. De esa forma, casi todas nuestras fiestas agregan a su advocación católica, una reminiscencia precolombina.
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